La hija de Bruce Springsteen




Ya sea que todo lo que importa necesita constancia y lo que no importa nada, también. Ya sea porque he estado a un plis de mandar a tomar por el trasero este blog, no porque anduviera seca de apoyo (gracias miles a todos) si no porque entré en un desánimo humano transitorio, distrayendo el coraje, vuelvo al lugar del futuro ( el futuro son los blogs, se lee en muchas partes) conjurando el presente después de atender un trabajo que me ha dado mi amiga y gran escritora Patricia Godes ( te dejo unos días para que reposes el texto y lo releas, me ha dicho) que más que un trabajo es una terapia de colosal hondura; vuelvo con un temita para el blog que a lo mejor parece vacuo y quizás lo es desde un punto de vista filosófico, donde las fronteras entre lo útil y lo inútil se adelantan y atrasan según las miradas.
Resulta que la hija de Bruce Springsteen con la Patti ( la familiaridad es un reflejo del talante del rockero) es una gran jinete, de estas que participan en los saltos de valla junto a los jóvenes monegascos, la Onassis y la Amancia Ortega.
Cuando lo leí no me quedé a cuadros, entre otras cosas, porque menuda soy yo para juzgar a las demás madres y padres de este mundo, pero me dió un pinzamiento de tirria, porque, lo confieso, lo que más me gusta en este mundo, además de la literatura, la música y vivir, son los caballos.
Tanto me gusta montar a caballo que incluso di clases de hípica en un hipódromo que estaba a tocar de la redacción del Popu, en la Avenida Sarrià, delante del que fue y ya no existe, campo de fútbol del Espanyol.
Ya sabéis qué sucede cuando algo te gusta mucho. Que te metes y te metes. Son las cosas del deseo. Di clases de hípica en dos partes, un tiempo yo solita y otro tiempo con un chico con el que compartí casi todas las pasiones vitales menos la que se le llevó al otro barrio, hasta que un día, el chaval, mi hombre, casi se mete de piños con imbécil del gran pijismo y la gran insolencia por cuestiones que no vienen al caso. Nos gustaban mucho los caballos, pero no soportamos el ambiente de la hípica y mucho menos en aquellos años de la gran jodienda, cuando te vas soldando los principios por los que has de mostrarte al mundo.
Las clases eran aburridas, pero por tal de montar hubiéramos hecho lo indecible. Un dos tres cuatro. Espalda recta. Un dos tres. Lo indecible, menos soportar los comentarios de los que hablan comiéndose las vocales.
Es porque me encantan los caballos que entiendo que Bruce Springsteen y su Patti tengan una hija jinete. Lo que me cuesta de meter en la mollera es que una hija del Springsteen se codee con la peña que debe codearse, con lo fácil que le resultaría subirse a un caballo y ponerse a correr por los prados sin tener que aguantar a la gentuza de la hípica y el “jineterismo” oficial.
¿Les ha salido una hija gilipollas a los Springsteen? Esto también podría ser. ¿Un padre como Bruce, tal y como se nos presenta, debería o no debería sufragar los gastos de una hija gilipollas? Y de hacerlo ¿Debería de asistir él a los encuentros hípicos o no debería? Porque el boss (no le gusta que se lo digan, pero a mí no me lee) encima acompaña a la niña y se hace fotos con sus colegas de ay, casi, ha pasado rozando, qué bien salta, claro, con las horas que entrena. El sueño americano es como el sueño de Benicarló, qué queréis que os diga. Cada día me lo creo menos, más que nada porque siempre termina en lo que termina. En el trotar oficial.
Vengo, cómo veis, a poner la más vieja mosca cojonera en la pantalla del ordenador. Una mosca que ni es mosca ni es insecto, pero que contamina como la que más y a grandes zancadas y consiste en poner en balanza la coherencia de los demás. Este ejercicio, otrora denominado de porteras, se está instalando de una manera alarmante en las españas desde el braguetazo del pepé. Yo intento no entrar a saco por pura salud mental, aunque, cómo todo lo malo, este ejercicio, también tiene su lado terapéutico, porque te permite transferir lo humanamente soportable a los demás y pegarte unas risas. Lo jodido es la constancia. Para lo que importa y para lo que no importa nada, se precisa mucha, una inquebrantable constancia. Para escribir en el blog, un tiempecito del día. Para el olvido, la nada.
Y voy yo el otro día (eso era lo que de verdad quería contar) y me encuentro con un tipo al que en principio no debería ni de recordar su careto y casi me tiro en sus brazos. Luego me reí como una lista tonta. La cara que puso él fue de órdago. Y aunque mis sentimientos hacia el tipo siguen intactos, está claro que, en mi impulso también estaba el amor que algún día me mantuvo a su lado, del mismo modo que, en mi vida, siempre estará mi amor a los caballos, el odio a los metafóricos, Bruce Springsteen con o sin hija gilipollas, y el bestia al que achuché cuando debería haberle pegado una paliza. O no.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Fantastico...

Anónimo dijo...

Me pegué un buen susto y costóme admitir que ganó la dama sobre el....