Lista de prioridades





Es tan excesivamente aberrante y desproporcionado el despropósito local y mundial en el que vivimos que en lugar de pisar calle, que es lo único que tenemos, además de los pies cosidos a balazos avant l´enfant real (loca metáfora de que todos los extremos se tocan) que nos quedamos en un rincón descojonándonos al ir arrancando los pétalos de las anécdotas y no hacemos nada o muy poco para evitar que se nos sigan defecando encima.
A mí se me van las ganas de hablar de otras cosas en el blog. Siento que debo anteponer lo verdaderamente grave y entonces me bloqueo. Es demasiado. Tomo un boli y un folio para preparar una lista de prioridades y escribo: clamar justicia para que se deje de tratar mejor al evasor de impuestos que al que da al César lo que le corresponde y bastante más.  Clamar justicia para que las aulas no se conviertan en pelotones de los pobres torpes pobres, y así se vaya dejando libre a los mediocres ricos con profesor particular. Acariciar elefantes. Tomar todos los libros de Cortázar, Di Benedetto, de Artl, y de Bioy Casares entre otros tantos, y esconderlos en el pozo más profundo antes de que me los requisen. Mandar una carta a Madonna para que se desdiga de haber ensalzado a Evita con todas sus consecuencias. Buscar un médico prestigioso del arte “Camilo Sesto puedes ser tu”, que convenza a la presidenta argentina a que se cambie urgentemente los implantes de bótox. Llamar a Alberto Cortina y hacerle un tercer grado bajo el foco que dejó en casa un técnico de luces que al cerrar su empresa fue deshaciéndose de lo que más le importaba repartiéndolo en casas de los colegas. Comprar un quilo de arroz porque mañana también viene a comer el amigo que se ha quedado sin curro. Ahorrar para adquirir un ordenador, aunque sea robado. Ayudar a ordenar la casa a la vecina qué, impedida, con ochenta y tres años y habiendo trabajado y cotizado toda la vida no encuentra asistenta social que le pueda ofrecer ayuda. Desenfadarme con los australianos, que me parecen unos nazis, por las pruebas a la que someten a mi hija y a todos los que quieren entrar en su país para currar ahí. No hacer caso a la bendita de mis ovarios cuando me pilla un texto y lo analiza como una profesional del rollo sintáctico morfológico y me dice que escribo mal escribiendo bien, desde que es profesora de español y chula como su santa madre.
Echar a patadas a los dragones de sant jordi que quieran salvar a la princesa. Salvar a las princesas y a los príncipes de mi corazón. Comprar una chuminada en Ikea para sentir que vivo en un país libre y puedo elegir libremente, sólo que nada más me llega para comprar las chuminadas en Ikea. Reciclar aunque sirva de muy poco. Pillar un buen libro en la Fnac o comprar uno en la Central o en Laie. Ponerme a toda leche el último disco de  la Gran Aventura que me saca de casi todo mal. Barrer como lo hacía la ratita presumida. Presumir de tener la casa como los chorros del oro y tener que morder polvo para seguir manteniéndola. Ser optimista sin resignarme. Ser escéptica para no perder la cabeza. Tener agallas. Tener agallas. Tener agallas. Volver a acariciar elefantes y esperar pacientemente que la perra muerda al policia que me puso una multa aún llevándola atada. Hacer una campaña a través de Actuable pidiendo firmas para que liberen a la perra que muerde. O quizás esto es servirse de los animales ¿Y si soy yo quién debe empezar afilar la dentadura? Buscar dentista al que se le pueda aplicar la ley antiterrorista. Y fregar los platos.

2 comentarios:

Joan Benlloch dijo...

Sí, sí. Claro que sí. No podemos permitir -ni permitirnos- dejar que nos hundan en la miseria, en esa mezquindad y mediocridad que quieren imponernos. No lo van a conseguir.

MERCADONAFANS dijo...

Es simple...y tan viejo como la humanidad misma: Si vos cambias. El resto cambia.