Entro sin tener tema
qué escribir, pero miro alrededor y todo me grita. La carta del Rey me ha
gustado mucho, más que nada porque a servidora nunca le llegan cartas de tan
altas instancias, y aunque la suya no iba dirigida solo a mí, un poco sí.
Cuando nació mi hija
recibí una carta de Jordi Pujol, una fotocopia tipo ciclostil, en la que me
felicitaba por haber traído una catalana al mundo. No se equivocaba de sexo, se
ve que el hombre tenía unas secretarias de lo más competentes al rellenar los
huecos del folio, previo chivatazo de los hospitales y sin errar en pormenores.
Cada vez que recibo
la carta del alcalde de Barcelona para la fiesta de la Merçè, con aquellos pica
pica tan gustosos que se ofrecen, se arma un revuelo en la escalera. Imaginad
si hubiera recibido carta del Rey, si todos la hubiéramos recibido, que es lo
que habría tenido que ser.
El Rey va y escribe
sus cosas y las cuelga en su blog, tal como servidora. Y bueno, vale, él tiene
muchos más lectores que yo, pero no todos los que él quisiera, siendo como es,
Rey.
En mi escalera hay
ancianos sin posibilidad de acceso a Internet y jóvenes que se van a abrir el
email al locutorio. Y aunque todos vivimos bajo el manto de una misma monarquía,
no van cada día abrir su blog, su web, sobretodo porque escribe poco, y menos
estos días en que la esperanza se ha ido y ha vuelto, cuál conejo locazo de
chistera, y ha muerto Carrillo, además de otras muchas noticias que no nos dan
el pan pero indican por donde se
multiplicaran los tiburones.
La carta del Rey no
es más que eso, una carta de unidad, pero vivido lo vivido con el Rey y sus
adyacentes, más que una carta de unidad parece una redacción escolar que viene
a tratar de apaciguar los temores de los que más odian la monarquía, aunque
hagan ver que la adoran y se cuelguen cascabeles en el cuello para los encuentros
oficiales.
Este país es un
rollo, una conspiración, una cobardía galopante. Hablo de España. Y de
Cataluña, que todavía está dentro.
Para empezar, la
hija del Rey y su marido, el Urdangarín, vuelven a campar felices por
Barcelona. Llamadme dogmática, pero es que no puedo con tanta hipocresía. Y los
catalanes, los de Pedralbes al Pirineo, los de arriba, se los siguen rifando
para que asistan a sus fiestas. ¿No quería unidad el Rey? Pues ya la tiene. Sin
olvidar que los políticos catalanes le han bailado el agua y bebido los
vientos, al Rey, a la Reina y a la monarquía, mucho más que los de los
cascabeles.
Desde el día de la
mani, con la tangana política que mediaba entre el sentimiento de muchos a los
despachos mandamases, todas las cartas, sean o no del Rey, son
inoportunas. Es como si tlos colegas
vinieran a felicitarte o a regañarte después de haber metido un buen polvo,
porque al fin y al cabo, además del embrollo político, en la mani se hablaba de
sentimientos. Hay cartas de entusiasmo, cartas de va, muchachos, tirad para
adelante, cartas de rabia y cartas que es mejor ni abrir, además de las cartas
de Duràn i Lleida y el tarot que tira una vidente en una esquina de la Plaça
Sant Jaume.
Por el facebook
circula una de un tipo que dice algo así como “Si os vais, llevadme conmigo”, una
suerte de pedrada de Casa de la Pradera en el siglo veintiuno, escrita por un pelota desarraigado. Y el arraigo, la fe
en lo que es de uno, el amor al fango del suelo que pisas es el sentimiento
primigenio de todo nacionalismo. ¿Quién va a aceptar en su casa a alguien que
reniega de todo suyo? Cualquier día hace lo propio en tu pasillo.
Cada día lloro menos
en las películas y me hace brotar más el llanto, las cosas que les suceden a la
gente de mi escalera. Los chavales que se pasan una noche entera para robar una
señal de red. Los ancianos que viven solos y no reciben cartas del Rey y la
impunidad en la que viven, en mi ciudad, unos tipos que nos roban. Todos tan
unidos.
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