Imagen robada a Esteban Villalta
Dejé el blog hace un mes sin decir ni pio y ahora vuelvo
para decir que me voy. Me voy por un tiempo porque tengo algo que escribir con
fecha de entrega y si escribo aquí no escribo allá. Se ve que no tengo
suficiente vigor como para pintarrajear todas las patas de mi pulpo.
Lo veo yo, que me rompí la espalda y ahora tengo, por amiguísima interpuesta, un
fisioterapeuta que me hace reír. Mis huesos crujen bajo sus manos, luego
cabalgamos.
Por lo demás, todo igual. Los desahucios, el paro, la
limosna de los ricos, los dioses en babia, babel ridiculizado, áfrica qué más quisiéramos y el
pepé emulando lo que cree que tiene el negro.
Me iré a escribir una historia que me apetece mucho. Será
mañanita mismo, domingo sin periódicos pero con amigos, y la niña rondando,
asida a las hélices de los aviones.
Los jóvenes se marchan porque aquí no cabemos todos. No me
gustaría estar en su piel. La generación que corta el rollo de sentir que los neos
son gilipollas, lo deja de hacer si sus
hijos han de ir a la guerra.
A medida que crecemos,
y desde que el mundo es mundo, los más mayores señalan los errores, el
despiste, la indolencia de sus hijos. Hoy no es así. No en mi casa. Y en muchísimas
tantas otras.
No cambiaría el escenario de mi juventud por el suyo, ni a
pesar de haber sido bocata entre un fuego crispado y la indolencia moderna. Látex,
segunda piel.
Mientras escriba allá iré colgando entradas antiguas, de
esas que pretendían ser atemporales, de esto modo iré editando algunos post que
también han de convertirse en un libro.
No son muchos planes. Es uno solo y el de siempre. Vivir
retando el jodido cuerpo rehabilitado de un capitalismo que exhuma muerte y
hedor. Vivir para el amor, dándose en cada cosita. Incluso en los adioses
provisionales. Volveré.
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