Formas de amar



A A. y E., amigos, esperando no ofenderles por la tan mala puntuación del texto.


Se vieron, el día internacional del bolero.

Se buscan, en los decibelios del grito de un banquero que canta ¡solvencia!, ante la indiferencia del vecindario que anda todo alborotado para parar un desahucio.

Se escudan, bajo piedras chichoneras que pillaron en Berlín, en los libros de poemas, en los ángeles de Rilke, bajo un mar de convicciones, sobre recuerdos de infancia, jurando por Jodorosky, cambiando la perspectiva, y en cantatas de sifón que emite el televisor.

Él tiene todas las convocatorias de conferencias y se inscribe en aquellas que a ella no le interesan, aunque sale ensimismado de su fórum provinciano, siente que lo van grabando, por si un día va y la encuentra poder pegarse el gustazo de levantar con donaire un cuello de gabardina en un vuelco media rosa, de adiós, no vas a pillarme, y píllame por favor.

Ella cuenta todas las matriculas y las divide por cien, y aunque ha hallado una fórmula aplicable a economía zambullida, prefiere tachar los días en los que ya no anda con él, pintándole los bigotes a cada final de mes. No vaya la luna nueva a abrirle el apetito de aquél músculo tan ducho y aquella lengua morder.

Se temen. De sardina a tiburón, van peinando las coletas de los peces intermedios por si llega una sirena o un pirata enamorado y les quita del cabolo tantos días que ya fueron y parecen que fue hoy, porque aún les resucita el virus de su infección.

Se vuelcan, sobre unos cuerpos tremendos, de vez en cuando y ansiosos, van midiendo las axilas que hacían de mirillas, pá sentir que su pasado se deshace como obrero en estos tiempos de mierda donde valgas lo que valgas no lo canta la auto estima ni lo baila el gran James Brown, si no el grosor de cartera debajo de una baldosa adonde acuden las ratas y va invitando a cortados el avaro de Molière.

Se siguen, buscando signos en las cosas. ¿De qué costado cayó esta almendra? Pues si yo fuera avellana sería bien catalana, daría la voltereta y pediría lo mío. Con Durruti en el sombrero que viva la independencia y ahora vamos al bar. Si no te lo cuento, peto. Bien ceñido, no está mal.

Se saben. Confundiendo las consignas, han recreado fantasmas sobre el recuerdo que mata. Los instantes ya vividos no se parecen a nada, y el prota de la película que hablaba con Escarlata, en la bruma de la noche, da la vez al Conde Drácula.

Se espían. Con la pata de un romano de una serigrafía, van bajando calle abajo con patines y brincando. El retrovisor de las gafas les devuelve sus pisadas y creen que son ajenas. Un párrafo más abajo ya lo escribieron los mayas: Los dos están desquiciados.

Por creer que son singulares, incapaces para amar, torpes, tontos e indecisos y viva la libertad.

Por no compartir el todo, ni el hueco, ni la mitad.

Por huir del compromiso, por inseguros, egoístas, gilipollas y turistas. De la vida machacados, alelados diletantes. Por querer cavar el huerto a la hora que convengan, tanto a él como a ella, no les queda más opción, que dejar caer las lágrimas al escuchar las canciones. Y morir sin estrecharse  en un mismo cinturón, dejando para mañana lo que pueden hacer hoy.

Se tienen. En la capa del ozono del espíritu, en un nido derruido, en una obsesión de ida y vuelta, en un globo que revienta, en una foto del Iphone, y en un rato inmaculado que no lo quiere el pasado porque tal vez ni existió.

Se escriben.

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