Asomo la cabeza para leer la prensa y el único titular que no
me sorprende ni me produce un mordisco en la barriga, es el que cuenta que el
hombre lobo era mujer. No he entrado a
leer el artículo. Para qué. Si encima de domada, leo, seré doblemente culpable
de quedarme en casa y no tomar el camino de la vía de en medio ¿La de en medio
de qué?
Volviendo al hombre lobo; que ya nunca más lo será, porque
es mujer, me hago la fantasía que además de hembra, el hombre lobo, la mujer,
era currante, madre de familia, a punto de ser desahuciada y encima locaza, con fantasías sexuales y/o lúdicas de gran envergadura.
El hombre lobo, la mujer lobo, el lobo hispánico y el lobo
catalán ya no dan miedo ni a las gallinas. Al contrario, todos estos tipos de
la imaginería popular con un pie en la tierra, que nos habían jodido algún
momento de la infancia, han pasado a ser seres entrañables. Muñecos de peluches
con lirios en la mano.
Lo verdaderamente hardcore se llama Emilio Botín o Amancio
Ortega cuando, como este último, promueve una campaña de prensa para que coloquen
en portada de los periódicos su bondad, la entrega de veinte millones de euros
a Cáritas. El gallego no tiene suficiente
en vestir la supuesta libertad dictatorial del capitalismo, si no que encima
nos pasa por la cara sus buenos actos. No hay forma de escapar de según qué
gente, aunque dios dijo,-y si no lo dijo dios, lo decía el cura que me hizo la
catequesis-, que si te comportas bien no hay que ir fardando de ello, pero se
ve que esto lo decían los curas a las niñas que podían llegar a ser la mujer
lobo con la que fantaseo.
Una mujer lobo, qué siendo adolescente, podía haber muerto
en una avalancha, porque de buen seguro era impetuosa y se ponía en primera
fila. Una mujer lobo que arrancaba el prepucio de sus novios machistas y los
dejaba buscando sus atributos con la linterna que guardaban junto al peine y el
costo en el bolsillo de adentro de la chupa.
A mi misma me gustaría ser mujer y lobo muchas veces para esconderme tras los setos de las
mansiones donde sus ocupantes solo temen los peligros que no han construido
ellos. Los peligros que salen de los cuentos y de la imaginería popular, con
pie o sin pie en la realidad.
No sabemos el poder que tenemos porque lo explotamos poco,
pero el día que tengamos las agallas de convertirnos todos en mujeres y hombres
lobo, la liaríamos bien liada. No hay
nada peor para esta peña que la imaginación. No la abastan. No pueden
concretarla.
El miércoles llegué en tren a Barcelona a las tantas de la
noche. Había huelga de transporte y tuve que patearme la ciudad para llegar a
destino, pero sentí una inmensa satisfacción de ver a un montón de irados polos
azules levantando brazos como molinos de viento cada vez que oían el rugir de un motor de coche que no se paraba a su lado,
Paseo de Gracia arriba.
No sabemos el poder que tenemos ni mucho menos qué pasará el
día en que seamos nosotros los que invirtamos los términos que ellos nos están
invirtiendo desde hace una crisis eternidad, mareando una perdiz que la tiene
más larga que todos ellos. Ay el pueblo en masculino y en femenino. Y ay soñar.
Vuelvo a lo mío.
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