El final del franquismo de Javier Montesol
Todo lo de afuera está confuso. Reina la confusión en un
doble sentido literal. Así, no se hace raro que la gente se confunda con lo
suyo, que nos vayamos confundiendo todos poco a poco, por no hablar de los
chavales que están creciendo en estos tiempos. Cambia la semántica, los
contenidos, las formas y los pedigrís. No es cosa de coña. Los chorizos,
aquellos tipos que nacían para animar el barrio, con aquél honor extremo de impulsivos
juramentos sobre los huesos de su madre, a salivazo limpio tras cruzar dos
dedos contra los labios, están viéndose sustituidos por chorizos a los que no
tenemos acceso para plantarles dos hostias en el jeto. No aliento a la
violencia. La violencia es suya. Hoy día, los chorizos de los barrios, que
luego se sacaban por el amor de una morena y volvían a la acera para aleccionar
a los nuevos jóvenes espabilados, no mangan para fardar y pasar la noche en el
bar comentando sus hazañas, si no que se abocan de cuerpo entero en los
contenedores a ver si pillan hierros que han de vender para salvar, no el
honor, si no el apetito de su familia.
Más allá de las confusiones globales, letales, astronómicas,
la confusión se extiende en cosas de menor peso. Leer en diagonal un artículo
de Barril, el del Periódico, y ver como glosa a Durán i Lleida y pensar ¿Dónde están
ahora los socialistas todos? Suma y sigue. Cuando las torres se caen, está
comprobado que los de los últimos pisos, otrora habitantes de alta “izquierda”,
se lanzan en doble salto mortal sobre las ruinas de su derecha por
predisposición neurológica, algo que nunca habrían hecho los chorizos de los
barrios, a los que les importaba un bledo la política pero, en su desmesura,
explicaban el discurso de Cristo más que otra cosa.
Los chorizos viejunos el discurso de Cristo y los Roucos
Varelas, el discurso de la cruz sobre la debilidad. La confusión es grande y
está en todos los lados. Hablar, por
ejemplo, de las reprimendas que me he llevado al decir, muy bien, a mí también
me jode que hayan cerrado la librería Catalonia, pero qué quieres que te diga,
si sobrevivieron a la Guerra Civil, con cambiar el tipo de negocio y adecuarse
a los pocos metros cuadrados de una portería endosando los pocos libros que venden,
no tenían porqué cerrar, si no resistir. Supervivencia es lo de hoy, amigos. Si
el chorizo se aboca al contenedor, los escritores se hacen funambulistas, los
cantantes, gestores, y los fontaneros, agua de llorar, no sé porque hemos de
poner el grito al cielo por un negocio que se cae de la misma forma que nos escoramos
todos, pero no por ellos desistimos.
Acabo un fin de semana de amistad, bella amistad y sin embargo,
a la que pillo un teclado, me sobreviene la confusión. Es el peso de ser
consciente. Prometo nuevas entradas más regadas de rocío, aunque esta no está
nada mal, con el dibujo de Javier Montesol ilustrándola, uno de los tipos más
bellos de la Barcelona de finales de los setenta y principios de los
siguientes, que sigue dándole al pincel, regalándonos cromos para la esperanza (
la esperanza se fija después de haber mirado las cosas sin apartar la vista) en
la confusión, como nos dio otros en el algarabío adolescente, donde los chorizos del honor no perdían el
peine ni en las reyertas.
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