Punto de mira




En la televisión, un yanqui tonto e imprescindible, al menos en el medio, anima a un alumno universitario a comerse un montón de bocatas a lo bestia. Si consigue superar el récord y no se transforma en patata frita, logrará comer gratis durante un par año en el bar del campus. Así son las cosas del espectáculo obsceno, el de hoy en día, el de todas las horas. Si vomitas sangre ante una cámara y lo cuelgas en You Tube, es posible que te visiten mucho y desde todos los países y te puedas sacar una pasta, por no hablar de los perros que cantan sevillanas o los niños que imitan a Elvis Presley. Otra cosa más difícil es que puedas acceder a un trabajo digno que te permita comer de tu trabajo todos los días del año. Hay más gatos que conocen el meneo de pelvis del Rey que posibilidades reales de que respondan a tu currículo y te pillen de dependienta de droguería. Si escribes y no estás dado de alta en autónomos es  probable que no te dejen colaborar en alguna empresa. La presunción de inocencia es para los ricos que han cometido delitos, ser pobre es un delito en sí mismo. Esto me recuerda que a finales de los ochenta y principios de los noventa, la SGAE sacó una ley de lo más apetecible para noquearla. Las compañías discográficas pequeñas, las independientes, las indies, tenían que pagar los derecho de autor de toda la tirada de un disco por adelantado. Las multinacionales no. Las multinacionales pagaban su canon por disco vendido. Lo que argüían era de lo más peregrino. Había habido una explosión de discográficas indies en los setenta que les habían dejado a deber pasta. Ni tanta explosión ni tanta pasta, salvo a algún espabilado tonto como el del  medio televisivo, a nadie le gustaba tener que cerrar su negocio por pérdidas.
Hubo un momento que los que formábamos parte de la industria independiente de aquellos años teníamos muy claro a quién pagábamos. A Julio Iglesias. A los más que más vendían. Como en los plenos municipales en los que se decide retirar las estatuas de Franco o el nombre de las calles de duques mangutas, alguna vez soñamos que alguien de los que formaban parte de la mesa del bautista Teddy de entonces, sacaran el tema a colación y  nos devolvieran algo. Soñar por soñar es tiempo perdido.
Así que hay gente que ahora no debe sorprenderse de acciones que ya se perpetraban y tan lindamente, en los tiempos del bienestar, de vacas a punto para celebrar su San Martín.  La industria discográfica quebró. No toda, pero el requiebro sonó hasta en el Antártico y las olas se pusieron finas de un sonido de música de chicos malos que también querían un lugar en la cosa.
Hasta que llegaron las redes o precisamente por ellas que la industria quebró, se hizo añicos, he vuelto a situarme en situaciones en las qué, de entrada, era susceptible de ser una choriza. Ya no puedo culpar a Julio Iglesias ni échame tu la culpa de lo que pasa, pero la impotencia es la misma, y que allá en el infierno no encuentres gloria y que la nube de tu memoria se evapore como el gas del infierno y desaparezca para siempre.
No sé qué ha pasado con el tonto de la tele que animaba al que se zampaba un montón de mierda para poder comer gratis durante un año. No sé qué pasará con los que siempre estamos situados en el punto de mira y, a la vez, no les importamos un pito. Sólo sé que ellos,  a los del poder y las leyes y la dictadura del capital y la jodienda toda,nunca, pero nunca jamás, como yo cuando acabe de escribir este post, hallarán la amistad toda y se dirán, caray ¿Cantamos el gracias a la vida, o te como a besos?

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