Balconcito tiene un nombre sugerente que le viene porque un
día de invierno en Barcelona se asomó a un balcón a fumarse un canuto, y a
ella, que compartió el frío, el cigarro, el balcón y la ciudad, sintió que le sobrevenía la primavera toda.
Le puso nombre. Poner un nombre, un sobrenombre en este caso, a alguien a quién
acabas de conocer es un gesto que nace de la inconsciencia cuando esta viene a
advertirte desafiante y plantada ante el corazón,-brazos en jarras de muy chula
su pose-, y va y te dice: “Nena, de este tipo podrías enamorarte. Menos su
novio, todo lo suyo te gusta. Su indolencia la caminar, el modo como escucha,
la curiosidad que no le cesa, la forma de tratarte, su piel tornasolada y sus
ojos grises.”
Y esto es exactamente es lo que sintió mi amiga, la bella,
esta suerte de carnaval sensato, el nuevo milagro de mi vida. Y como ella, la
amiga (mira qué es ángel) toca suelo con plantas de pies tan suaves como curradas, un día decidió
no volver a verle, tal era lo que sentía estando a su lado y la vencía o la ganaba
con aquella fuerza, no por conocida menos arrolladora ni menos volcán. Quiero
amar a un tipo como él. Quiero a Balconcito todito para mí. Quiero amar con
amor de alguien todo el rato al lado. Melancolía y grititos de niñas contentas
jugando a la rayuela.
Para hacerle honor al cuento del amor, al amor de cuento, he
de reconocer, porque he estado presente ante ambos, tratando que la tierra me
engullera y me engullía, que él, al verla, se trastabillaba al hablar, se
volvía niño y le caía la hierba por los suelos. Para algo ha de servir la
imposible neutralidad, la intuición y la experiencia.
No sé de qué modo, aunque recursos le sobran, se librará mi
amiga de sentirse enamorada de un hombre gay que le revive el amor todo, pero sé
que lo hará y lanzará algodones al aire con la misma intensidad que clava
cuchillos en mitad de lo prescindible.
Un amor, por imposible que sea, nunca es prescindible ni
accesorio. Eso trataré de enseñárselo yo con la guasa de que tengo muchos más
años que ella. Ven a escucharme, nena, hablemos poco a poco.
El amor, y ella lo sabe, vuelve siempre vestido con
distintos modelos de chándal. Hoy tiene los ojos grises, pero mañana tendrá una
sonrisa Mies Van de Roe y se perderá en los espacios bailando otra danza muy
distinta a la que hoy baila Balconcito en estos sitios. Y vete tú a saber cuáles
son sus sueños, el color de las mariposas que le anidan.
La cuerda de apretar se va templando.
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