Ilustración de Daniel Sesé
Tengo una demanda clara. Escribe. Me he atrasado, tío. Lo siento.
De veras que sí. No se atreve ni a contrariarme, siente que soy
sincera. Creo que escribiría mejor, más y muy fecundo si tuviera
una demanda clara. O mejor dicho, si tuviera un trabajo más la
escritura. Dice que no me entiende y le digo que hablaremos mañana y
dejo el teléfono encima de la mesa. Esta tarde, mañana, dentro de
tres días, el tiempo no es relativo. Al tiempo no lo hacemos ser, va
por delante, va solo, a su aire. Yo lo gestiono mal, fatal. Tiene
mucho que ver con el TDAH, pero ya no hablo más de esto porque
nadie, salvo algunos los profesionales, lo entienden. Me dice que
cuente lo de Nico. No el profesional, si no el demandante
telefónico.Ya lo he escrito. Me niego a pensar que Nico sea lo más
importante de mi vida o algo de lo más. No es una pataleta infantil.
Si Nico hubiera vivido en Barcelona sería aquella yonquie del
underground tan bella. Yo te cuento lo que quieras de Nico pero
también te cuento cosas de los yonquies bellos de la Barcelona
underground. Y no nos ponemos de acuerdo. O uno o lo otro. Todo o
nada. ¿Y si me das un currito nutritivo? ¿Te parece poco una
novela? ¿Qué novela ni qué leches?
Ya veis. Ahora uso el blog como diván, aunque yo soy más de
silla y de mirar a los ojos. Luego viene un pérfido de siete años
que lleva un nombre impronunciable y me pregunta por el rey abdica.
No se llama abdica. El chaval lee el hashtag y se hace un lío. Si ya
sabía yo que se llamaba Juan Carlos pero como deja de ser rey a lo
mejor le cambian el nombre.
Me pide que le cuente lo del monarca y no estoy afortunada.
Imagina que el profe dice, me voy, dejo de daros clase y ahora viene
este porque a mi me da la gana. No, no va por ahí. El chaval
prefiere la historia completa y retrocedemos hasta Franco. Cambiamos
la palabra Transición por el pase. Su abuela se llama Asunción y se
hace un lío. Mi abuela no está a favor de la Constitución. Nos
crece la familia y por un momento parece que le plantee un torneo de
fútbol con hinchas de uno y otro equipo.¿Tu con quién vas? Si no
soy capaz de contarle lo que está ocurriendo a un niño, no puedo
seguir escribiendo de nada.
¿Y si doy clases a niños curiosos de nombres impronunciables? La
madre del crio me mira y su sentencia es clara como el agua clara.
Quita, quita que te van a detener.
Hubo un tiempo en que pensé que todo era Summerhill, pero el
sueño de Sumerhill también es una patraña porque están los
hombres metidos ahí. ¿No será que tienes una crisis? Pregunta la
madre del impronunciable. ¿Sólo una? ¿Tú también estás en
crisis? Añade, sorprendido el nene, y se le cae una canica gorda
contra el aparato de música. Lo siento, lo siento, dice
sonrojándose, casi gimiendo. Tiene una conciencia grandísima y eso
que nadie le ha educado en la culpa cristiana, en la culpa jodienda.
Sabe que la música es mi casa. Ven aquí, Letizio, le digo poniendo
énfasis en algo que me ha confesado anteriormente, que Letizia es
muy guapa pero es como una profesora del reñir que tienen los
mayores.
Me parece que no no le hace ni pizca de gracia crecer aunque él
diga lo contrario y entonces me sobreviene una sensación que nunca
me abandonó en la infancia y aun hoy me pica como una abeja mala en
según que momentos. Crecer o no crecer, este era el gran dilema.
Tenías ganas de crecer para no perderte cosas, para saber más, pero
qué bien que se pasaban las tardes pintando sobre la película del
Cine Exin.
A mi si me gustaría ser mayor. Me lo dice muy serio, del rollo,
no proyectes, ¿vale?
¿Te gustaría reinar? Le espetó por no callar. Hay preguntas que
bien merecen el silencio. Me doy cuenta y cambio de tercio ¿Qué
prefieres? ¿Reinar o remar? Prefiero ranar. Ranar no es un verbo. Me
gustaría ser rana. O ser gato e irme de clase saliendo por la
ventana y trotando por encima de los árboles. ¿Y tu que prefieres?
¿Ser gato o ser reina?
El padre del crio que ha entrado en la casa como una bala en un
cerebro vacío, dice. Ella quiere escribir. Quiere ser escritora.
Y yo les digo que ya va siendo hora que se vayan a su casa, pero
la madre del pequeño ha preparado la cena. Tienes que cuidarte. La
verdura la pone dura, sentencia el padre. Y el niño, viendo que nos
hemos ido de guión enciende el televisor y prosigue en lo suyo. Ahí
pone re-y -ab-di-ca. Es como le llamaban los elefantes. Y vuelta a
empezar.
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