Filosofía casera sobre el escribir

                                     

                                       

                                                   Ilustración de la gran Luci Gutierrez


Cuando no hallo un punto de vista que me agrade, salgo a la calle a pasear. Me paso buena parte del día escribiendo y a veces no es fácil encontrarlo. El tema da igual. Los temas son cuatro y siempre andan cerca. Lo digo siempre. A mucho recoger son ocho. Y la chulería del ocho es el punto de vista, la forma de tratar los asuntos. Si es de mañana paseo hacia el oeste, al ocaso, y si es de tarde, hago  el camino contrario. Hallar el punto de vista en el punto cardinal opuesto al que avanza el día. A mí me sirve. Mañana cambiaré de método. No tengo constancia en el artificio, que sí en lo inútil.
Como lo que más trato de buscar en el mundo es un nuevo punto de vista, por mis esfuerzos en ello, puedo decir que todos los contertulios de los programas son unos absolutos cretinos. Y como el mundo, los seres humanos, con las circunstancias del circo de los horrores en que vivimos, avanzamos hacia ello, me alerto cuando no encuentro otro punto de vista sobre algo que me importa ( no me refiero a falta de eje, que lo tengo bien pillado, creo) temiendo seguir los pasos de la memez actual y ahí me paro. Pero, ay, entonces, escribo sin soltura ni desgarro ni pirotecnia ni encanto. Esta mañana he dado dos paseos. Uno hacia el oeste y otro hacia el este. Nada, no he encontrado nada, ninguna forma divertida o algo distinta para decir lo mismo de siempre pero de otro modo, sin la confusión, ni el miedo, ni el dogma.
No pillo alborozo. ¿He de hacerme contertulia y afilar el pensamiento único, subrayar lo chungo, por obvio, seguir poniendo heces encima de las heces y afilar la víbora que hay en mí para derrocar al adversario? Todo esto lo haría si pudiera, que no puedo, y me sacaría una pasta que me iría bien para tantísimas cosas.
Ante el bloqueo, seguir soñando en ser canción o leer el periódico online y encontrarse ante las declaraciones del fascista, ministro franquista, Utrera Molina, que dice que al convalidar con su firma la sentencia de muerte de Salvador Puig Antich, no hizo otra cosa que cumplir con la obligación que su puesto requería sin atentar ninguna ley, pero mandó a que matara a un tipo al que no tuvo ni el gusto de conocer. Para que triunfe el mal, solo hace falta que los “buenos” no hagan nada. Esta frase se le atribuye al irlandés Edmund Burke, aunque resuena desde Altamira, desde que el mundo es mundo. El entrecomillado de la frase a los buenos, es mío.
Siento que estoy siendo víctima de mi propio error. No es el punto de vista lo que hay que buscar, sino ceñir el tema. Mientras buscamos temas y puntos de vista, desnudos ante el papel, no somos más que seres enfrentados a los contrarios básicos, bien primarios. El bien, el mal, el negro y el blanco. El matiz llega luego y es el que nos da la singularidad, por el que vale la pena romperse la cara. El matiz es la valentía y la generosidad.
Ya no caminaré de oriente a poniente, sino que asiré bien la temática antes de sentarme a escribir sin asidero  mendigando de mis propias caricias que es algo que nunca hará Utrera Molina ni el contertulio crítico de consigna establecida. Mirar sin engañarse. Intentar disuadir las miles de oportunidades (a huevo te lo ponen) que da la paja en ojo ajeno y dejar de hacer el ridículo planteando las cosas entre los opuestos y los afines.
Punto de vista, tema, oriente y poniente, bondad y maldad. Nunca seré contertulia ni volveré a escribir solo para explicarme. No a bocajarro como ahora en que ya comienzo a trepidar.


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