Ya está en las librerías la obra poética completa de Jordi
Guardans, La presència del Transparent, que incluye un trabajo extra, el Missatger.
¿Quién lo iba a decir? Tan joven y con obra completa. A lo mejor la juventud
del poeta era esto, ir creciendo durante un montón de años para publicar un
todo que no lo es (Jordi ya está escribiendo de nuevo y para alegría nuestra, la
de los lectores, ávidos de una compañía útero y una compañía cósmica) y decir, hasta aquí he llegado, aquí lo tenéis,
y el círculo lo cerrará lo de siempre, pero yo no.
No sé si Jordi se puede considerar un outsider, pero así lo
siento yo. En la medida de lo poco amable -por redundante y cansino de la
palabra-, es el trabajador de las palabras más outsider que he conocido, que por no tener, no tiene ni pose de out ni de in, aunque muchos, embadurnados por lo fatuo de la vida, le reprochan "lo bien que le ha ido todo" (el viejo cuento de que la realidad supera a la ficción y en casa del herrero cuchillo toledano) por nacer en una burguesía cocida al punto con cima en abuelo con
estatua que hace la “butifarra” a todos los que pasan la frontera de Ciutat Vella al Ensanche barcelonés.
Sobre estas cosas siempre es mejor callar, pero como siempre
lo dicen los mismos, ahora lo digo yo. Y zanjo el tema por si un día me invitan
a un Salsa Rosa en TV3, la televisión del pensamiento único, la que no tiene ni una mota de polvo en los platós.
Guardans ha hecho un camino solitario (en el sentido de no
pertenecer a grupos ni pagar peajes ni tener hombros peana) por un sendero
poblado de amigos, ángeles, dolor y
misericordia. Lo ha hecho con un empecinamiento muy grande, siempre humilde, delatando signos
y símbolos, tan abstracto como concreto, y hablando desde el lenguaje del alma,
como si no fuera él quien escribiera y se dejara dictar. Aun así, nunca he
comprendido la falta de cinismo en su obra y en su vida, que en su caso son
indivisibles (mira Oscar, dandy, lo que te digo) o las anda con idénticos pasos.
Referente a esto último, a lo del dictado sensorial (marciano, de color azul), no debe ser tan exacto porque se da de bruces
con otra tarea de Guardans, que es la de la precisión. Tal vez no exista dictado
extrahumano cuando alguien dedica tanto esfuerzo en decir las palabras
exactas, como si siempre andara con un bisturí de cirujano remendón de nubes.
Un sentido de la justicia muy grande la del poeta.
Con el panegírico a cuestas, porque soy incapaz de
desdoblarme y dejar la emoción que me crea su obra, y me crea el calor de la
amistad, insto a todos los que no lo habéis leído a dejaros ir en su mundo, tan
espacioso y múltiple como el amor mismo.
Anda morena. No pongo signos de admiración porque no sé cómo
hacerlo desde este teclado. La frase, el
aspaviento, iba de mí hacia mí y es que me gustaría traspasaros un sentimiento (no
todos los sentimientos llevan a la razón, pero la razón sin sentimiento es un
montón de hierro en un cementerio de coches) que me retrotrae (ay batallitas) a
la primera vez que le conocí.
Nos presentó una conocida cuando ambos éramos jóvenes de muy
buen ver y él un efebo de boca que no lo ha de catar, palabra que lo habrá de
acariciar. En aquel entonces estaba a
punto de editar su primera obra, la Ciutat Il.luminada, una obra de teatro, género
al que nunca ha vuelto. La obra contenía unas cuantas canciones,
porque también es músico y compositor, o a lo mejor no es exactamente así, y eran las
canciones las que contenían la obra de cada día. Solo sé que la primera que le escuché
cantar, la Mare de la Nit, uno de los temas que daban banda sonora a la pieza teatral, fue una tarde en su estudio de Via Laietana, en directo, y vino a parecerme una canción que lo contenía todo. Creo que
sabéis de lo que hablo, me refiero a aquellas canciones y poemas que dicen todo
lo que hay que decir o sientes que es así, y si bien había tenido experiencias
parecidas, nunca la había tenido en vivo, lo cual resultó glorioso y de ahí
nació, -de la canción círculo, de su corazón mundo-, un abrazo estelar, una comunión profunda que no
me ha abandonado jamás. No me eché a
llorar, sino que aplaudí como una niña que vislumbra a lo lejos los Reyes
Magos.
El tiempo nos distanció
y un día me llamó Ana María Moix para decirme que tenía un amigo con el que
creía que haría buenas migas. Nos parecíamos como una patata a una castaña, de
no ser que hubiera un misticismo punk o que los ángeles escondan imperdibles
oxidados bajo las alas. Ya le conozco, dije a Ana María. Pero me lo “representó” de nuevo en su casa, otra tarde,
cerrando de nuevo un redondel que antes habíamos escrito con letra de
colegiales. Y así, de tarde en tarde, cada fin de año y muchas mañanas, hasta
hoy, hasta las obras completas, el amigo ha estado a mi lado en los mejores y
peores momentos porque además de su presencia tengo sus textos y sus canciones
siempre cerca.
Gracias a la vida.
Panegírico again, porque no me puedo sustraer a la emoción
de amar y admirar y volver a empezar, diría que sus palabras son un bálsamo a
la desesperanza y en otras ocasiones, los mismos versos se traducen en palmadas
en el culo para el más alto vuelo, siempre escritos en un lenguaje llano dado a
múltiples lecturas o a la total desafección, porque es osado y habla de bondad,
la conjura, protegiéndose de una pretendida indefensión vulnerable (leed Contra
Venena et Animalia Venenosa, libro incluido en las obras completas) que acaba por ser, dolor mediante, la fuerza máxima del ser humano, en un discurso
que podría dar voz a todos los bienaventurados de este mundo, incluida yo
misma, que lo recito.
En mi vida privada, de los múltiples lazos que he creado con
Jordi, o a través de él, hay uno especialmente loco, una prueba del algodón. Si
algún amante mío no recuerda al menos una estrofa de alguna de sus canciones,
no fue amante, sino cuerpo y polvo y nada más. O no mereció serlo, que es mas triste. El tirón cómico de la anécdota, sirve.
Del carácter y de la poesía de Guardans, su impronta más grande es la evidencia que sientes al escucharlo, al leerlo, una certeza de estar oyendo hablar a un niño o a un anciano curtido en los conocimientos del alma humana, sin pasar por el término medio; la madurez, las manzanas
revoloteando entre el suelo y el cielo, y todas estas cosas, de modo que hay
muchas zarandajas del intermedio que no han hecho mella en él, que son las que
más desorbitan lo verdaderamente importante. De ahí que haya citado antes la
falta de cinismo y cierta inocencia que siempre me ha dado la sensación de que la usa de potro para saltar por encima de lo obvio, lo feo y lo cruel.
Anida, eso sí, un sentido del humor que nos ha llevado
al pipí que te vas, corre hacia el baño, así como una danza de nombres de gente
contemporánea y no tanto que de repente surgen en sus poemas y en su discurso
como luces que le dan buen rollo. Y no solo se circunscriben al ámbito literario y musical.
Jordi Guardans es un tipo que tiene que estallar. Y digo
estallar según mi santo entusiasmo. La prueba es que de todos los lectores que le conozco, siempre son los jóvenes más jóvenes, por edad y condición espiritual, los que se adentran en sus poemas, sin corsé y en pelotas.
Pero si Jordi no estalla, estrella. Ya lo es.
Con las obras completas en las librerías y el lápiz en la mano
(escribe con lápiz y me vuelvo a dejar los mil signos de admiración) ha
cerrado otro círculo, otro mundo de los muchos que habita, para estar solo en
este, y encima, ojo avizor, como un centinela de la pureza.
No sé si he vendido bien la moto, pero estoy segura (y ojalá
tuviera tan claro el número ganador de la lotería gorda de este año) de que si
Patti Smith fuera de aquí o él de allá y las palabras polizones hubieran
inundado sus barcas, la de Horses y todo lo demás lo cantaría, se lo bebería.
La moto, vendida o no, ruge.
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