Teo Rabal con un "patge" de Igualada, por Jordi Rabal
En estos días como hoy, en mi infancia, estaba como loca esperando que
llegara la mañana del día uno de Enero para ir a recibir al Patge Faruk, que
era un embajador de los Reyes Magos que se ve que trabajaba casi solo en
Igualada. A él, los niños le entregábamos la carta en mano en el Teatro del
Círculo Mercantil y antes ya nos había humillado o animado a través de su
espacio en la radio. Vale, te traeré juguetes, Magda, pero si le sigues jodiendo los indios a tu hermano, te quedarás
lamiendo carbón. No utilizaba palabras soeces, pero era como si lo hiciera
cuando te daba la reprimenda por las ondas. Con la seguridad que me daba la
mirada de mi madre, que me creía la más bonita del mundo, y con lo que me gustaba como me vestía,- minifalda y medias gruesas de colores-, me sentía un ángel, porque durante aquellos días hacía introspección y trataba de no liarla mucho por si los magos caían en la cuenta. De ir con la
carta al Patge Faruk, recuerdo más las colas que el acto en si (del que quedan sendos
testimonios gráficos) que pasaba como una nebulosa, de ahí que aún no sepa determinar con exactitud los tiempos y que me ponga de los nervios el Carpe Diem con que
algunos intentan darte ánimos cuando los pierdes, que no es el caso.
Entonces Igualada era una ciudad muy conservadora, y de no
ser porque la mayoría de gente, mayormente la conservadora, hablaba en catalán,
podría haber sido Valladolid. Lo digo por la leyenda del facha en aquellas
tierras porque no tengo ningún otro elemento con que contrastar la cosa.
Un año, estando en aquella cola con un globo en una mano y
un guante en la otra, oí por primera vez la palabra charnego, dicha con acritud
por una vieja jerarca de una familia patricia del textil a quién si conocía, sobre un niño que no
paraba de cantar villancicos a todo pulmón. La vieja se lo dijo susurrando a su
nieta y yo estaba detrás. Este niño es un charnego. Y puso cara de asco. Como
noté el mal rollo sin saber de dónde venía le pregunté a mi padre quién era charnego
(siempre preguntando el quién y no el qué) y él me respondió que lo era el Patge
Faruk. La señora miró a mi progenitor con cara de pocos amigos y se ve que luego
se cruzaron alguna que otra palabra de sarcasmo tratando de no romper el espíritu
navideño, pero de eso no me acuerdo, o solo me acuerdo porque a veces lo
recordaban mis padres en las sobremesas.
No quiero alardear, pero ya que estoy, dejo testimonio de
la coherencia vital de mi padre, que no era charnego en el sentido literal del
término, pero tenía alma “de”. Lo que venía a contar es que en aquellas colas y
en las otras colas, como la de ir a ver (por fin)
a los Reyes Magos, con estas estupideces y casi siempre por las mismas, los
adultos que nos llevaban, a los inocentes hasta la magia, la iban jodiendo que era
un contento.
Y así, poco a poco, supe que los padres nunca podían ser los Reyes, por más que intentaran convencerme de lo contrario mis compañeros de
colegio, pero los míos sí. Y a partir de ahí, de este escenario, entre el frío de
fuera y el calor de dentro, he ido construyendo mi vida, que empezó, arisca, el
día que descubrí que el Patge Faruk o uno de sus más ilustres pajes, era Juli
Bernaus, mi vecino, que luego coronó el Kilimanjaro en moto, pero eso ya es
otra historia, de cuando cambié magia por ídolos, siempre poniendo las
responsabilidades sobre las personas y no sobre los hechos.
1 comentario:
El zasca de tu padre no puede ser más genial.
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