La vieja idea de la imagen y el verdadero yo, de tan alto
vuelo y recurso poético, la lleva a la cima
y a los recovecos san Dante en la Divina Comedia y, también, a mi
entender, el otro santo endemoniado, José
Maria Fonollosa, en un poema menos trascendental, pero igual de importante. Te
miras en el espejo y no ves lo que te gusta de ti o atisbas otros ojos y no
entiendes nada y te preguntas de qué narices va todo eso. Luego, o te tomas una
copa o haces lo que te viene en gana. Si buscas la respuesta, malo. Sabes que
no saldrás vivo de ahí. Así que te da por ensalzar las pequeñas cosas. Estas
pequeñas cosas que acaban por ser tan
importantes.
Valga esta introducción como un desprendimiento necesario de
lo que iba leyendo (y aún estoy en ello) estas últimas semanas, en mitad de las
cuales se celebró la salida del ejemplar número 500 de la revista musical Popular
Uno, la más longeva del mundo mundial (cuarenta años) junto a la ya mítica y neoyorquina,
Rolling Stone. Como estoy escribiendo de ello, de aquellos años en los que tuve
el privilegio de entrar a formar parte de la familia del Popu, en otro archivo,
se me hacía cuesta arriba citarlo aquí, para no repetirme, pero hay cosas que
no pueden eludirse.
El Popu (cuando las cosas reciben diminutivo es que se
sienten cercanas) lo parieron Bertha M. Yebra y Martin J. Louis, una pareja
indescriptible, en 1973, cuando en España no había nada. O sí, a nivel musical,
el Disco Expres, primera etapa, y Mundo Joven.
Bertha tenia (y tiene) glamour y carisma, era modelo, es guapa, y
protagonizaba unas foto novelas muy locas con los chicos de Queen o con Miguel
Ríos. Era lo más placentero que había en mi casa, en la habitación de mi
hermano, y lo birlaba. El Popu puso el mundo antes de que el mundo estuviera
puesto, al menos en este paisaje geográfico que hoy ya es más nuestro y
entonces era negro, carcamal y obsceno.
Cuando años después, Gay Mercader me presentó a Martin. J.
Louis en el Pabellón de Deportes después del concierto de Patti Smith a quién
había entrevistado by the face estuve a punto de mearme encima. El tipo medía y
mide muchos centímetros. Aquello era pasar del cole al rock and roll. Y me
pillaron. Hoy les habrían metido en la cárcel porque era menor de edad, o me
habrían metido a mí a progresar adecuadamente en lugar de dejar que pasara a
sentarme en el asiento de atrás de unos coches imposibles del fardar mundial con
los que atravesé, siempre junto a la pareja, Europa entera, muchas veces y
siempre de concierto, en busca de entrevistas y noticias, en primer lugar de
fuego.
Tengo anécdotas para reventar los sacos, así que me
abstengo. O me abstengo aquí.
Junto a ellos dos, los longevos, los especiales, conocí a un
montón de peña de la divina causa, entre ellos a Nico. Y hasta vi vender por
cocaína de la buena, una aspirina machacada con cal al cantante de Doctor
Feelgood, que la aspiró con ansia.
Y celebraron el gran
aniversario. 500 números en la calle. Un montón de vidas crecidas a su amparo.
La parte movida del festejo la coronó el gran Morfi Grey, de
la Banda Trapera del Río, con quién tuvimos nuestros más y nuestros menos,
cuando surgió el punk, que bebíamos directamente de la escena londinense. Y de
la de Barcelona, que era tan hostil y genial como la otra.
Al final todos somos uno, la gente del rock.
A mitad de los ochenta, la revista la empezó a dirigir el
hijo de la pareja de dos, César Martin, un chaval al que conocí de niño porque
compartía habitación con él después de los viajes, cuando desembocábamos, muy
cansados, en su casa de Ganduxer. César era un niño medio psicópata. Muy tierno
y muy locazo. Tenía la habitación atiborrada de juguetes que sus padres le
traían de Japón. Robots de cien cabezas y soldados andantes con espadas láser.
Y en un rincón, una caja llena de pilas. Cuando le despertaban para irse a la
escuela siempre me hacia una jugarreta. Decididamente, sus monstruos y yo nos
llevábamos fatal. César acabó por desvelarse como un gran escritor. Tiene un
nervio y un ritmo digno de los más grandes, solo que no quiere utilizarlo más
allá del Popu, lo cual es una opción que ni David Coverdale ni yo aplaudimos.
Fue César quién insufló de vida, y lo sigue haciendo, a un
invento muy anárquico pero muy trabajado, inmensamente currado, mes a mes, día
a día.
Martin le pone cada vez menos fotos, que es lo suyo. Una
mirada tan personal, la suya. Y Bertha le sigue poniendo todo. Yo creo que el
Popu, si tiene que ser de alguien, es suyo. Personalidad y carisma. Lo que
decía al principio sobre la imagen y el yo. No sé si ellos, los tres de la
banda que tira del carro, se han mirado alguna vez y han hallado a otro en el
espejo, pero son tan poliédricos, que seguramente los han visitado los elfos más
distintos y los puños de acero del mundo entero. He aquí el mundo que me
configuró el disco duro y al que siempre estaré eternamente agradecida.
El Popu es al rock lo que la Divina Comedia a la poesía. Toma
dato.
Siempre dividida entre lo uno y lo otro, como, cenando con
ellos y con Lou Reed, trataba de acertar ver el sexo de su amante, la mejicana y
transexual Rachel, que se lió con Bertha a hablar de recetas de cocina.
A veces lo que rodea al rock and roll puede ser banal, pero
ellos, no. Y el Popu, menos.
1 comentario:
Felicidades
Congratulations
Gratulerer med dsgen
Geerfelicited
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