La muerte de Aylan, o mejor dicho, la foto de Aylan muerto,
abre un Setiembre que se prevé movido, agitado por la ondulación de banderas y lo de a ver quién la tiene más grande. Un niño muerto sobre la arena toca más la fibra
de los corazones entumecidos que la de cientos de muertos adultos en el mar. No
vengo a dar la brasa. Con tanta información desgraciada, la muerte nos puede
llegar a provocar ternura, aquél síndrome asqueroso que antaño y hoy día mueve a
damas y caballeros con pudientes a la caridad hacia los desfavorecidos. Mira
niño, si no fuera por mí, no merendarías. Otra cosa es abrir la puerta al que
padece y ser un poco Barcelona. Siento que nunca me había identificado tanto
con el poder, pero hay un poder que puede y un poder que concede. El poder es
un crucifijo que llevamos todos. Unos en el bolsillo y otros en el gesto del
abrazo. Hay quién lo menea siempre y hay quién lo mantiene a raya. El limite
que hay entre ejercer el poder y ejercer la dignidad personal puede
confundirse, aunque casi todo se confunde. La caridad y el dar, el altruismo y
el placer de curar heridas ajenas. No creo en la supremacía de la inteligencia,
creo que hay que ser muy inteligente para ser buena persona, dice Ana Moix en
un vídeo que han colgado en You Tube de un encuentro poético al presentarse.
Creo que ahí está la clave de todo. No somos buenos porque no somos
inteligentes, pero para los que venimos del punk, el bueno es el que lanza la
piedra, así que lo tenemos más fácil, al menos para entender la máxima de la
poeta.
El niño fallecido se llamaba Aylan y cientos de miles de personas verán esa foto, ya la hemos visto.
Su madre buscaba un refugio y se encontró con el de la muerte. Todos buscamos
un refugio y todos jugamos al juego del poder al comenzar Setiembre, al
comenzar con todo.
Los hay que huyen y buscan su refugio en las palabras, megalómanos
sin vaca y mucha mala leche, como Felipe González. Estos tipos muerden otra
arena, pero es fácil que también se conmuevan con la foto de la ignominia,
porque ¡quieren tanto a sus hijos!
Conmoverse no es moverse. Es el mismo camino que va de la
preocupación a la acción. Quiero ser un poco Barcelona en Setiembre, aunque es más
que probable que quién tenga ganas de abrir su puerta al otro, no tenga puerta
ni tenga casa. Tampoco creo en la supremacía solidaria de los más pobres sobre
la de los más ricos, simplemente creo que hay que ser más inteligente para ser
solidario teniendo cero que teniendo mil.
Setiembre es un mes que se dice en imperativo y se hace como
se puede. Para empezarlo, a mí, se me ha roto el móvil, ahogado en el wáter.
Ahora tengo un teléfono de ring ring y nada más. Ayer noche mandé una maldición
global por no tener a mano la aplicación de los mensajes instantáneos, mientras
en la pantalla del ordenador, la foto de Aylan muerto me sacudía con la planta
de goma de sus zapatitos. Parece que el mundo no ha haya hecho nada más que
empezar, que estemos en el manual de historia de primero de ESO, pero la tecnología
va rauda y las banderas se agitan con el viento de un otoño que ha llegado
cortando el sol de un navajazo. O huir
buscando un refugio o ser un poco Barcelona, ala de puerta al batir.
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