Del cenar, el follar, el poseer




En todas las salidas con amigos, en todas las cenas, en todos los encuentros, siempre se da un momento para la contemplación. Te callas, haces una panorámica y te fijas en lo que ocurre. A veces no es tan preciso y solo se trata de pequeños destellos, de miradas encontradas, o de cazar a alguien con la cabeza cabizbaja y con una lágrima pidiendo ser expulsada, en un de pronto en que los otros parecen contentos o cuando menos muy metidos en el meollo de la conversación coral y el gusto de haberse conocido. ¿Te ocurre algo? La pregunta nace del afecto pero la respuesta no se espera sino es para aplazarla, simplemente no es el momento de hablar. Como no se trata del neurótico de siempre con tretas de aguafiestas para acaparar la atención y solo ha sido un momento pillado al vuelo que no se vuelve a producir a lo largo de la cena, aparco el tema ¿A quién no le dan instantes de infinita nostalgia? ¿Cuántos nacemos con ella puesta y le arriamos un par de chistes o le ponemos canciones para distraerla? Al salir, P., un amigo que siempre acompaña, y, encima, conduce, me llevó hasta casa y se lo comenté. He sentido a A. algo triste. P. repitió la palabra pero en distinto tono ¿Triste? ¡ Si ha expuesto con meridiana claridad la megalomanía de Felipe González y su pretendida incidencia en la política sudamericana. Ha armado un par de buenas narraciones del gran reír sobre los productos refinados y el doblar de las campanas de Llach  sobre empresarios como Mainat y viceversa! Bueno, vale, le he respondido a P. Y he sentido que igual llevaba razón. De hecho es posible que hubiera significado mas el  instante que el conjunto, aunque yo no había estado en el grupo donde A. hizo sus proclamas.
No he vuelto a pensar en ello hasta esta mañana en que he abierto el Facebook. A. había linkado la última entrada del blog Parole de Queer con su propia leyenda. Todo lo que  Lisboa tiene de amante.  Esto guardaba relación con la entrada en la que Paul B. Preciado hablaba del deseo y del enamorarse de ciudades. ¿Cómo se folla una ciudad? Le ha preguntado alguien. Si te enamora, en cierto modo ya la estás follando, he respondido yo, que no soy muy dada a hacer comentarios.  A.  me ha respondido expedito.  Y una mierda. Hay cosas que no pueden follarse “Uf, quines ganes de patir i de sufrir”, me he dicho sonriendo, pero no he seguido alimentando lo que de buen seguro era el mismo mal rollo que ayer noche también le afloró, en la cena, cuando lo vi con lágrimas a todo empujar en sus pupilas.
La verdad es que no me importa tanto, ni tan solo somos amigos, solo nos conocemos de reuniones. A. es un cínico sensible bien armado, un buen músico, de los pocos que todavía pueden vivir de ello, un tipo al que gozas encontrándote en los lugares pero por el que nunca he sentido ni atracción, ni fusión, ni bombón, si no solo una dulce camaradería, que ya es montón. 
A mediodía he vuelto a entrar en Facebook y me ha vuelto a aparecer él, el primero. Compartía su publicación con el mundo entero, “amigos” y “amigos de los amigos”. Mi padre ha fallecido. Era portugués. Nunca le conocí. No sé si sabíais que soy adoptado. Creo que me he sonrojado. No acabo de entender, aunque no me importe ni lo juzgue, que haya personas que puedan dar a conocer cosas tan intimas en las redes. Tenía varias respuestas de sus seguidores pero no me he detenido a leerlas, solo me he fijado en un par de emoticonos con corazones rotando y cara de lelos. Y he entendido su anterior respuesta. ¿Hay cosas que no pueden follarse? Enseguida he concluido que no y me he acordado de  una visita que hicimos, Pau Riba y servidora, a Salvador Dalí para pedirle que inseminara la tierra virgen de la Era de Acuario y de como el viejo pintor se levantó de pronto y proclamó a voz en grito: No hay nada mejor en el mundo que dar por el culo a tu propio padre moribundo, lo cual no dejó de ser un paréntesis para la concreción imposible entre él y el gran Riba, un tiempo que servidora aprovechó para fisgonear en la casa, pero eso ya son cosas del abuelismo cebolleta que hay en mí y ya conté en la biografía que escribí de Pau, muchos años antes de que fuera necesaria, aunque lo necesario, al menos en el ámbito del deseo se transmute hasta lo imprescindible. El caso es que no podía responderle lo de Dalí a A. Habría sido de mal gusto. ¿Esta importancia que de un modo casi atávico se confiere al esperma y al óvulo inicial, conocido o desconocido, no nace precisamente de la nostalgia existencial de la que he hablado antes? Hay quién sabe llenar el vacío que conlleva con mucho swing (Aclaro que a estas alturas del pensar estaba cortando unos riñones para cocinarlos, muy poco lírica) Y entonces me ha venido a la memoria el primer día en que creí percibirla por primera vez. No debía tener más de cinco años. Recogí los regalos que trajeron los pajes de los Reyes Magos y al abrir los paquetes hallé dos muñecos iguales. Yo había pedido uno. Se ve que mi abuela y mi madre habían comprado el mismo, a fuerza de demandarlo a una y otra. Son gemelos, me dijeron. Quizás fue lo idéntico lo que me conmovió o quizás fue la culminación doble de mi deseo, pero al no poder abrazarlos bien a ambos me sobrevino una gran nostalgia. Llora de contenta. Lloraba por no poder abastarlos, y me sobrevino el vacío. Estos dos  muñecos aún los conservo y siempre los amparé de los influjos de C. que era mi muñeca traviesa y algo malévola, a la que también quise mucho. De C. me sentía madre y de los bebés, padre. Fui maestra, médico, vecina cuidadora y hasta hermana de mis muñecos, pero padre solo lo fui de los dos bebés idénticos. También tenían madre y vivíamos juntos, pero, simplemente, ella y yo nunca coincidíamos, que era algo que también me ocurría con los todos los demás actores que vivían conmigo sin llegar a encontrarnos, según la filiación que mantuviera con los de goma, de modo que éramos muchos. Atesorar los muñecos durante tantos años  es un modo fatuo de alargar la culminación del deseo de haberlos querido poseer, aunque este deseo se manifestaba mejor, más a lo grande,  cada vez que jugaba con ellos o quería hacerlo ¿Cómo se folla una ciudad. Igual a cómo se folla a un ser humano, jugando, lo cual siempre implica algo de nostalgia. En mitad del juego, en una cena de amigos, también puede aflorar el vacío. Se folla como se siente el vacío. Y cuando más intensamente se siente el vacío es al follar. A  una ciudad, a una persona, a un cuadro, a un juguete, tratando de culminar el deseo imposible de poseer alguna cosa más que a uno mismo, que es algo que también sabía Dalí, sólo que él iba un poco más lejos, al tratar de escandalizar al ajeno y de exorcizar su propia nostalgia de deseo y posesión en voz alta. Dalí tuvo la suerte de encontrarse con Gala que le ayudó a llenar de dólares lo que el dinero no colma, por más que lo desees. Y esto, que es consuelo de tontos muy tontos, encima, es verdad.

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