Gripe, percepción y novela




                                                              Foto Celina Chavat 


Una percepción velada de las cosas por el entumecimiento del cuerpo, -que no es el de la gran gripe del camión que se posa encima de unos huesos, cebándose en la indefensión del esqueleto, pero no deja de ser un malestar que confiere una mirada mas vaga, mas delirante de lo normal, que acostumbra a volver a su estado natural durante el tiempo en que te pones bien estando mal, a menos que te pongas peor del todo, que no habrá de ser el caso, según creo, aunque las creencias alteran la percepción de las cosas-; me vuelve a demostrar que una de las cosas muy placenteras de la vida es tener una buena novela esperando en la mesilla de noche y que te encuentre cuando te pilla el bajón físico, con el moco y todo lo demás. Ni ensayo, ni poesía, ni cuentos, ni dramaturgia, un novelón grande como un mundo. En este caso, Iris Murdorch me ha salvado la papeleta y aunque no sea una novelista que me rompa el costillar del sentir, entretiene y apura el magín porque va dejando migajas de sus exposiciones filosóficas, aunque trato de no detenerme mucho en ellas por que me llevan, -a vueltas con las visiones de animales alados-, a sentimientos disonantes que se adjuntan al dolor de garganta en un todo entumecido y torpe y, de seguirlas, me harían caer en obsesiones, que el hombre moderno, el ser humano actual o como narices se defina la individualidad estereotipada en mitad del mogollón, acaban por convertirlas en la antesala de la espiritualidad, cuando no, del delirio sentimental de las grandes causas. Vamos, que una mala gripe, te puede convertir en un terrorista. Y no hago coña con eso, pero es así. Hay quien alarga su convalescencia y se convierte en el peor de los megalómanos porque todo viene del virus. Menos el huevo del que surge la vida, los estados intermedios del ánimo y el flujo vital, llevan a escacharrar la realidad por mor de la importancia que uno se confiere a si mismo en estos devenires. Y en los caminos de la enfermedad que no mata pero noquea, caminan todos aquellos qué, por no verse a sí mismos, juzgan y molestan los demás. Este es el nacimiento y el mantenimiento de la neurosis, amigos. Lo se bien porque ando cerca de sus sinuosos caminos, así que escapo. A fuerza de voluntad y por sanidad mental y egoísmo propio, escapo de cebar en actitudes ajenas de la gran locura mi propio desatino, aunque no sea grande ( cuanto menos grande mas pesa) y me tiro a la novela a leer como me lanzo al onanismo sexual y a todos esos diablillos que de pronto se ponen a poblar las paredes de mi habitación. Los coches imiten unos pitidos muy histéricos, Barcelona se suma a mi capacidad respiratoria y cuando digo, vale, no quiero mas de todo eso, me pongo a escribir esta entrada para exorcizar la gripe como si fuera la peste misma y pasar a los malos lectores el marrón ( a los amados que ni les roce o lo haga de de otra manera) y huelo el aroma de comida que viene de la cocina. El olor de una cebolla al sofreírse termina con la importancia que me doy. Un abrazo también. Y una novela, por supuesto. Así que todo está al otro lado de la puerta. Por cierto ¿Hay algún idioma en el mundo que designe el caminito que va de la nariz a la boca y que en algunos rostros dan ganas de ir a esconder la punta del dedo corazón? Los pelos que dejas en el baño y este bella forma en tu careto me llevan a condescender y a amar la presencia del otro, sin el que la gripe, aún con novela,con todo el fantasmeo que conlleva, me haga convertir las obsesiones en el puerto  donde varar la espiritualidad o el delirio, que es lo que se lleva haciendo desde hace tiempo y desde muchos flancos, y es solo falta de palabras y de voluntad con la que denominar la realidad. Caminitos sin definir, que no en el abecedario del tacto.



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