Foto de Farinera Borda que cuenta el cuento.
No podía dejar de
escribir el cuento de verano que a todo blog corresponde. El cuento siempre
anda cerca, todos los cuentos. Hubo unos que contaba una prima hermana de mi
madre cuando éramos chicos los que entonces éramos los pequeños de la familia, y todos nos poníamos a sus pies, rendidos de
las múltiples batallas de los días de
calor, que encendían la diatriba de los distintos puntos de vista. La mujer imaginaba
a los músicos de una orquesta que habían padecido un accidente, varias horas al
fresco de la noche, sus cuerpos disparados
por un choque de vehículos. El paisaje era desolador y nadie les atendía. Se
podían ver unas piernas por ahí, unas
cabezas por allá, pero los músicos, siempre formales, porque la vida del músico
es aciaga, acababan por tocar al día siguiente como si nada hubiera pasado. Material
muy sensible. Punto de salida filosófico que roza el absurdo, la vida misma. Y
así todo el tiempo, con los tebeos y las pulsiones hormonales (últimamente oigo
demasiado eso de que la peña joven se mueve al albur de la hormona como si el
deseo perteneciera a la biología y no al arma, al fuego que predecía Miguel
Hernández en la Nanas de la cebolla, venir de la dentadura, de la boca) Pero este cuento de calor o de días en que lo
hacía ( y del frío también) lo ha escrito más que bien, genial, con un estilo alborotadamente libre y
muy de pillar el corazón del lector, el compañero Javier Pérez Andújar en el
Diccionario Enciclopédico de la Vieja Escuela editado por Tusquets, que es una
carta de amor en toda regla con entradas que son bien nuestras, de unas generaciones concretas en
un país concreto, y pueden ser las de tantos otros que no crecieron, por poner
un poner, con las canciones de Camilo Sesto. Toda biografía tiene un cantante
edulcorado que termina por parecerse a la bruja Pirula. Todas las biografías se
repiten. Todas las personas repiten siempre a los de la totalidad de su clase,
escribió Gertrude Stein. Y Andújar repite a los de su clase y también a los de las aulas. Un delirio descacharrante
irrumpe un texto donde aflora una nostalgia vista desde el presente, con lo cual
ya no lo es y todo es puro relato, literatura de chaval que toca la guitarra y
sigue queriendo ser canción.
Le pasé el libro a una
colega, gran fotógrafa inglesa, amante del dirty realism y toda aquella
zarandaja de decir polla y decir culo que ya existía cuando se definió y me
dijo que se lo había pasado llorando. Le pregunté si había entendido algo y se
mosqueó. Lo he entendido todo. Los lectores son como los músicos de las
orquestas según la prima hermana de mi madre, un día se accidentan y se
descomponen y al otro ya están metiendo la nariz en otro libro. A cada cual se
le descompone un miembro distinto, por mucho que a mí, de niña no me gustara
tener miembros y si apéndices porque de lo contrario me sentía excesivamente
habitada. Lo de Andújar no es una enciclopedia, es una espada en toda la frente
del pensar. Ay, cuando habla de los pobres… Chitón, no voy a mentar el asesino ni voy a mentar el
final, pero el párrafo último es el que más me ha escocido, que no sé si a la
inglesa que lloró lo que siempre se llora, la ausencia. Quizá por el final del
libro, que me tatuaré en un collage de Emma Cohen, me he acordado de la prima
hermana de mi madre, una mujer fundamental en mi educación literaria, que casi
siempre se sentaba de espaldas a una habitación chica como el mundo en donde
estaban los tebeos, en donde estaban los tesoros y en donde estaba la vida en
casa de mi abuela, un lugar que por muchos años que pasen siempre repito aunque
no sea el mismo, el lugar que cuenta Andújar como lo hacen los de la prosa suya
y de nadie más, y es que en estos lugares o te hacías tu o te hacías otro y a
palmarla de por vida, repetición histérica. Que Javier lo haya contado, que
haya contado algo tan íntimo, es una osadía muy grande. No se puede decir en
voz alta el lugar donde habita lo vulnerable de la peña porque entonces ya todo
se sabe. Cuando la prima hermana de mi
madre pillaba el hilo de los cuentos y se hacía muy tarde entraba mi tío y
amenazaba con castigarnos a dormir descalzos bajo el tejado. También a ella. Mi tío murió a principios de este mes y el cuarto de los cuentos fue derribado
muchos años antes. Cuando todo esto ocurría o estaba por ocurrir, Pérez Andújar
lo escribió en un libro, en una carta de amor que tiene forma de enciclopedia,
de chiste, de diccionario, de corazón de tiza en la pared y de canción.
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