A veces siento que tengo que venir aquí a escribir palabras
de consuelo por lo que pasa en el mundo grande, no en el chico, que está de
amor hasta las trancas, y entonces siento que el consuelo he de dármelo a mí
misma y que no basta llenar, en casa, el vaso de agua fresca ni perfumar la
estancia para sentirse yupi, sino que hay algo muy grande que pesa en todas
las espaldas de, ay, almas sensibles o no tan podridas como para poder soportar
toda esta mierda de mundo de donde huyó el dinosaurio del cuento y se posó una
escama de pez, cien millones de años más antigua. Toda la vida venía del mar y
ahora va casi toda la muerte. La impotencia fue un género musical que luchó
contra el boom de los de Operación
Triunfo que saturaron el mercado cuando la industria discográfica se iba a
hacer puñetas, pero las nuevas bandas metieron mano en lo de Internet y algunas
se dieron a conocer aunque fuera poco, porque lo bueno también sigue ahí, solo
que se hace difícil encontrarlo entre tanta información, -dime si eres capaz de
digerirla y si me dices que si no te voy a creer, Satanás, que ni tú puedes
estar en todo, con la que hay montada. La impotencia fue creciendo y tomando el
atlas. Llegó a todos los hogares de todos los lares, y a fuerza de
convivencia nos volvió a todos turulatos, indiferentes o en maestros de
arañazos, buscando un lugar donde exorcizarla. Hay quien vela y se quema con la
llama. No está todo perdido. Va, entregad los corazones. Entregad los discos de
Fito Páez, que se ve que se lo pasaba la mar de bien durante el gobierno de la
Kirchner, rodando por toda Argentina, cobrando guay y calladito, pero
sigue teniendo canciones para la gloria y que con su pan se lo coma. No se
puede pedir consecuencia a la peña. No se puede pedir más que aquello que nos
corresponde y aún así, ya ves, la tía utopía toma cada mañana el autobús en
Santa Eulalia, en San Quintín de Mediona o en Toledo sur, pero ahora va sola,
de persona en persona, la llaman la delirios y es considerada una enferma
mental. Háblale, no le temas, rezan los slogans para concienciar al pueblo de que
ser maricón, o tener bichos en el cuerpo o en la mente no es nada malo. Una nueva
conciencia de flatulencia y falsa caridad está enredando. ¿Qué podemos hacer?
No sé si el plural me desmerece. He pillado por los bajos la esperanza. La
tengo bien cogida. Lo mismo que tantos de vosotros, me acaricia cada vez que
pasa algo que enciende la chispa y se
hace el fuego que calienta. Los pequeños gestos harán un tsunami que avasallara
tanta inclemencia. Lo sé seguro porque de otras guerras hemos vuelto a casa
aparentemente ilesos. El plural me confirma mis propias hazañas. Y ahora voy a
por el agua y el vaso. Beber cuando se tiene mucha sed confirma que hay dios,
válgame el cielo. Y no apagar los deseos en fuentes engañosas. Tenemos que
medir mucho, pero por eso nos enseñaron a bailar sardanas de chicos, para
contar los pasos. El plural, engaña. Cada uno con su estratagema. No todo está
perdido, ni el bestia de Páez, que dice que Sabina no escribió lo mejor que ha
escrito, y lo dice para salvarse y que
el cuento le salga redondo, pero lo de: Y morirme contigo si te matas / Y
matarme contigo si te mueres/ porque el amor cuando no muere mata/ porque
amores que matan nunca mueren, es del chulo madrileño de Jaén, aunque morir
amando sea una forma de vivir que tantos compartimos. Y el plural me esconde y me exhibe.
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