¿Cómo se llama la perra? ¿Es preciso dar este dato? Si y no me toque los cojones. Oiga, no tiene por qué hablar con palabras soeces, me he limitado a preguntar. La perra se llama Rumba Flores Catalá. ¿Sexo? ¿De la perra? Si, ya me estás molestando. Deje de tutearme. Femenino. ¿Sexo? Femenino. ¿Es perra? El silencio como respuesta. En la parte superior de la multa que ahora tengo yo aparece escrito el nombre de la perra. El policía escribió Rumba Catalá. Pasó por alto el Flores. Aquella fue la única concesión a la coña que me permití durante el brete. Me gusta ver hasta dónde pueden llegar los seres humanos solitos, con su propio pie. Ya no es la policía local de hace unos años. Estos dos no lo eran. Seiscientos euros. ¿Quiere firmar? No, no estoy de acuerdo. Y ahora váyanse. ¿Irnos? ¿De la calle? ¿No tenían tanta prisa? ¿Y a usted que le importa? Basta ya. ¿Pero quién se ha creído que es? Pone multas basándose en suposiciones y encima me va a decir lo que tengo que hacer. Por un momento el tipo notó que se había extralimitado y se largo riéndose y acariciando la porra.
Todo ocurrió a la salida de un parque en el que no juegan los niños, un parque que es un cuarto de isla del ensanche barcelonés que lleva el nombre de Mercè Vilaret, la primera periodista catalana que tomó la imagen como modo de expresión para su brillante trabajo. La conocí poco pero muy cordialmente. Y también conocí a su perro. La enredadera del parque sólo sube por la tapia en la que está escrito el nombre de la realizadora de televisión, ahí aguanta fuerte, en los otros lados se seca y muere.
Al cabo de dos días de esta triste anécdota (por hoy) he pasado por el mismo lugar y me he encontrado al tipo que paseaba a su perro, al que le endilgaron la primera multa. Me ha dicho que ya había pagado, no piensa en recurrir. Pagando rápido sólo te cuesta la mitad del importe total. ¿Sólo? ¿Pero qué has pagando? Es la ley, me ha respondido. ¿Llevar un perro atado en un parque y tener que pagar trescientos euros (la mitad) es acatar la ley o seguir generando injusticia? El tío ha enmudecido. Yo no. No sé como resolveré la redacción con la que impugnar la multa. Me ha dicho que primero hay que pagar y luego impugnar. ¿Pagar la intransigencia de un policía que cree haber visto un perro no atado en un parque? ¿Pagar el qué?
Podrías pagar tú las tres multas. ¿Yo? Si, tu, pedazo de bobo. Y también puedes confesarte autor de todos los autos que se imputan a Urdangarín.
Entre el policía del tuteo y el memo de la ley me quedo sola en la isla desierta. Y luego dicen que no, que los policías son demócratas y ya no pegan. Juro que de poderlo hacer, aquél tipo de anteayer me hubiera abofeteado. Le sacaba de sus casillas que no me fuera de las mías. Un botón no es toda la intendencia de una modista, pero hay botones con cantos de vidrio. Seiscientos euros para pasear a una perra. Otra vergüenza de una ciudad que sigue hiriéndose a sí misma, de una sociedad crispada, de un mundo a la deriva. No pagaré la multa por nada del mundo, pero espero entrar en la cárcel unos días después de Millet.
4 comentarios:
Toma civismo bien entendido. Bueno, me voy a escuchar el Paseando el perro de los Dr. Feelgood, como homenaje a ti.
Si los perros no pasear sin estar atados a sus amos, por qué ellos van sin correa ni bozal... me refiero a los policías.
Siento asco y impotencia por igual... que asco de perros sueltos uniformados...
Espero que algún dia haya justicia de verdad y a estos tipejos alguien les baje los humos de una vez.
Mi total apoyo
Quins desgraciats (ambdós, l'home mediocre que abaixa el cap i paga les multes sense rexistar també)
A.Navy
Publicar un comentario